Antes y ahora.
La realidad es que hoy existe una
gran diferencia con los principios y mediados del siglo pasado.
La diferencia está en que en el siglo pasado, la gente no tenía mucho
conocimiento intelectual acerca de muchas cosas de nuestra religión, sin
embargo vivía con el “Jesús” en la boca.
Si le
preguntabas cuántos hijos quieren tener, te decía: -los que Dios quiera.
Y así, en muchas
cosas su esperanza estaba en Dios.
Los rostros de antes no son los mismos de ahora.
Antes la gente pobre y que vivía en la miseria tenía un rostro sereno, hoy,
la gente de clase media alta tiene un rostro de amargura, que esconden o tratan
de esconder rostros estresados, angustiados.
Antes la gente vivía más el presente, disfrutaban lo que tenían para
comer en el día, no pensaban desesperados en el mañana, sino que aguardaban
hasta que este llegara.
Las mamás y papás del siglo pasado se preocupaban por tener su casita,
grande o chica de acuerdo a sus posibilidades económicas. Pero lo más
importante para ellos era el hogar y trataban de darles a sus hijos todo lo que
tenían, alimentos, poco en material; pero mucho amor, atención y paz.
Ese es el secreto por el que la gente haya sobrevivido aún en casos de
extrema pobreza.
Hoy, la gente se ha ido al otro extremo.
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Los niños crecen
infelices pues no están recibiendo la dosis, la vacuna que los protege de la
frustración para mantenerse en sanidad y alegres.
Los padres siguen infelices al no ver a sus hijos felices.
Entonces surge en medio de la nación, el grito de desesperación _querer
encontrar una salida_, ya sea por el suicidio, o encontrarse realmente con el
sentido de la vida.
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