Presencia de Dios en ellos.
He visto familias
numerosas, y me lleno de alegría al observarlas, sobre todo cuando la mayoría
de sus hijos son pequeñitos. Crece tanto mi alegría, que siento deseos de
postrarme y bendecir al Señor nuestro Dios, también decirle a la madre de
estos niños: -“Dichosa tú, porque el
Señor, no se aleja de ti, permanece contigo, por medio de cada uno de estos
pequeñuelos.” Por eso admiro a estas personas, disfruto mucho cuando convivo
con ellas y sus niños.
Pues, es muy grato y halagador sentir esa presencia viva de Dios, tan
lleno de bondad y misericordia. Donde están los niños, ahí se siente más fuerte
su amistad y su divinidad. A través de ellos, Dios nos comparte su lealtad,
fidelidad, y la alegría que estos niños le suelen dar.
¡Ah!, los niños, si supiéramos cuanto amor de Dios los acompaña, nunca
los rechazaríamos.
Existen niños que
dejan oír la voz de su clamor que nos dice: -“¿por qué mi madre no me quiere?-“yo
no tengo la culpa de haber sido producto de una aventura suya, pero el Señor me
ha enviado lleno de luz y de salud y muchos dones más, sin embargo ella me rechaza,
y junto con ella mis vecinos, la sociedad, y a veces hasta los mismos niños,
por comentarios escuchados de sus padres. Todos me juzgan por un error de mi
madre, sin tener en cuenta que estoy vivo, me muevo, puedo sentir. Desde la más
tierna de las miradas, hasta la más cruel. Tengo sentimientos, necesito el
apoyo de todos esos que ahora me rechazan, para que yo pueda lograr en un
futuro, ser un joven digno, honrado y trabajador, para el beneficio de la
sociedad.
Y, al parecer los adultos no quieren darme esa oportunidad, y tampoco se
la dan ellos mismos, para conocerme; sí, conocer mi corazón tan lleno de
ternura, amor y muchísimas cosas que le puedo transmitir. Sólo necesitan
acercarse a mí, y con una sencilla caricia y una mirada de amor, lo cambiaría
todo, comprenderían todo lo que siempre he traído escondido para ustedes.”