Aniversarios de vida consagrada.
Diez, quince, veinte
o treinta, y hasta cincuenta años de vida consagrada. ¡Guau! Y, ¿qué se
celebra?
Veinte o treinta
años, de haber aguantado, sin dejar el sacerdocio o la vida religiosa, y ¿de
qué sirve que no la hayamos dejado, si
tal vez, fuera de ella nos hubiéramos más humanizado?
- ¿Queremos
celebrar que no somos infieles, sólo por no haber abandonado este estilo de
vida?
- ¿estás
celebrando un sí sostenido, cuando toda la melodía te la has echado en bemoles?
Creo que cuando
se acerca un aniversario, es un buen momento para reflexionar, y meditar cómo
hemos estado viviendo nuestra vocación. Porque tantos años de vivir en tibieza
y mediocridad, no es muy grato de festejar.
Lo que es más grato
festejar, es que al darnos cuenta de cómo hemos vivido, decidamos volver a
empezar, con entusiasmo, amor esperanza y mucha
caridad. Sí, es decir, si yo me doy cuenta que he vivido treinta años de
vida religiosa muy tibia, y opto y me determino por ya no continuar de esta
manera, sino mejorar y mejorar, a pesar de las caídas, es decir con espíritu de
conversión, eso sí es motivo grandioso para festejar.
También el
humilde puede festejar con la sencillez que lo caracteriza, porque se da cuenta
de toda la gracia que ha recibido, y a la cual en medio de sus debilidades a
respondido. Se da cuenta de que ha ido entre rosas y espinos, pero con Cristo
va haciendo camino, por lo tanto a Él corresponde su destino, por lo tanto no
celebra el triunfo de su propia fidelidad, sino celebra una amistad, una
relación que le ha hecho crecer; y le va haciendo madurar. Le enseña a servir,
a dar, y a no poner medida a su generosidad. Le enseña el verdadero arte de
amar; y todo lo hace con suavidad, por eso, la paz y la serenidad son los que
en su interior suelan morar.
El que es
sencillo en su aniversario, celebra una amistad tan profunda con Cristo, su
Deidad, que le ilumina la conciencia de vivir con autenticidad en la presencia
de la Santísima Trinidad, de donde brota como suave manantial, toda su
felicidad.
El que es
sencillo, es motivo, para ser celebrado, porque en su vida hay humildad, hay
verdad, hay testimonio, porque siempre se ha visto en él una respuesta.
Es digno y gran
motivo de festejarse, cuando hemos sido fieles no sólo a la castidad, sino
también a la pobreza, y a la obediencia, porque eso es lo que significa una
vida con gran trascendencia.
Por eso antes de
celebrar, primero reflexionemos, analicemos y enderecemos el camino, y así se
pueda alegrar y gozar con nosotros la
comunidad eclesial, por una vida que se vive sin reservas, y en entrega total,
para gloria de Dios y salvación de las almas.