domingo, 1 de abril de 2012


Aniversarios de vida consagrada.




Diez, quince, veinte o treinta, y hasta cincuenta años de vida consagrada. ¡Guau! Y, ¿qué se celebra?

Veinte o treinta años, de haber aguantado, sin dejar el sacerdocio o la vida religiosa, y ¿de qué sirve que no la hayamos  dejado, si tal vez, fuera de ella nos hubiéramos más humanizado?

- ¿Queremos celebrar que no somos infieles, sólo por no haber abandonado este estilo de vida?

- ¿estás celebrando un sí sostenido, cuando toda la melodía te la has echado en bemoles?

Creo que cuando se acerca un aniversario, es un buen momento para reflexionar, y meditar cómo hemos estado viviendo nuestra vocación. Porque tantos años de vivir en tibieza y mediocridad, no es muy grato de festejar.

Lo que es más grato festejar, es que al darnos cuenta de cómo hemos vivido, decidamos volver a empezar, con entusiasmo, amor esperanza y mucha  caridad. Sí, es decir, si yo me doy cuenta que he vivido treinta años de vida religiosa muy tibia, y opto y me determino por ya no continuar de esta manera, sino mejorar y mejorar, a pesar de las caídas, es decir con espíritu de conversión, eso sí es motivo grandioso para festejar.

También el humilde puede festejar con la sencillez que lo caracteriza, porque se da cuenta de toda la gracia que ha recibido, y a la cual en medio de sus debilidades a respondido. Se da cuenta de que ha ido entre rosas y espinos, pero con Cristo va haciendo camino, por lo tanto a Él corresponde su destino, por lo tanto no celebra el triunfo de su propia fidelidad, sino celebra una amistad, una relación que le ha hecho crecer; y le va haciendo madurar. Le enseña a servir, a dar, y a no poner medida a su generosidad. Le enseña el verdadero arte de amar; y todo lo hace con suavidad, por eso, la paz y la serenidad son los que en su interior suelan morar.

El que es sencillo en su aniversario, celebra una amistad tan profunda con Cristo, su Deidad, que le ilumina la conciencia de vivir con autenticidad en la presencia de la Santísima Trinidad, de donde brota como suave manantial, toda su felicidad.

El que es sencillo, es motivo, para ser celebrado, porque en su vida hay humildad, hay verdad, hay testimonio, porque siempre se ha visto en él una respuesta.

Es digno y gran motivo de festejarse, cuando hemos sido fieles no sólo a la castidad, sino también a la pobreza, y a la obediencia, porque eso es lo que significa una vida con gran trascendencia.

Por eso antes de celebrar, primero reflexionemos, analicemos y enderecemos el camino, y así se pueda alegrar y gozar  con nosotros la comunidad eclesial, por una vida que se vive sin reservas, y en entrega total, para gloria de Dios y salvación de las almas.


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