Reflexión.
Acabamos de escuchar la voz de un niño, esa voz con palabras que no nos
agrada escuchar, pero que son verdad, son voces de la realidad, y no es uno,
sino miles de niños, a los cuales con algún juguete o entretenimiento,
queremos o solemos callar.
Para mí la experiencia con los niños, no ha sido toda miel y caramelos,
también ha tenido sus limoncitos y sus chocolates amargos, pero, es parte de
todo verdadero amor.
A lo largo de la vida he tenido experiencias desagradables de ellos, y,
con ellos. Sin embargo nunca pensé en tirar la toalla, al contrario, mis
experiencias con ellos buenas y malas, me llevaron a amarlos más, a atenderlos
más y a ponerles más atención. Es por ellos y por este amor tan especial que
les tengo, que he plasmado esta voz de su experiencia, ese clamor que se deja
escuchar desde el fondo de su corazón.
Los niños son los mejores maestros para enseñarnos y recordarnos cosas
elementales que vamos olvidando mientras
nos vamos haciendo mayores.
Pero también hay que ayudarlos, pues nos necesitan. Pues ellos son como las
flores, requieren de nuestro cuidado y protección, son como esos arbolitos que
para ir creciendo grandes y robustos, necesitan de nuestra agua. Pero son mucho
más que los arboles o las flores, son personitas con una inmensa y preciosa
dignidad, que debemos respetar, y educar en los valores humanos y espirituales.
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