sábado, 5 de octubre de 2013



Un niño es una bendición.

Cuando nace un niño, es como un rayo de luz que Dios envía a la tierra. Dios lo prepara antes de enviarlo,
con mucha ternura, para que cuando este llegue a la tierra, como buen mensajero, muchas cosas podrá lograr y que con estas puedan a Dios glorificar; como unir a la familia, el perdón se hace presente, pero sobretodo despierta la alegría, el gozo, y el amor, porque en él está Dios que se hace pequeño para alcanzarnos.
Ahora más que nunca recuerdo a mis niños, ellos siempre han ocupado mi corazón, bueno en realidad no eran míos, sólo eran mis alumnos, y estoy consciente que para ellos, sólo fui su maestra, ya que ellos a quien en verdad pertenecen es a sus padres. Pienso que es necesario sentirlos nuestros, como maestras, para educarlos bien, entregarnos a ellos sin condición, amarlos con todo el corazón y nunca negarles nuestra atención. Pienso que en ningún momento hemos querido, ni yo ni las maestras, arrancárselos a sus padres, más bien es necesario sentirlos nuestros, para ganarnos su confianza, para que ellos se dispongan a recibir todos los tesoros que llevamos en nuestro corazón, que se traduce en ternura, amor, alegría, serenidad, y mucho más, de lo que a veces ni nosotras mismas nos podemos imaginar.
Cuando viene a mi mente el recuerdo de estos niños, los recuerdo completitos y a todos juntos y revive en mí el amor que siempre he sentido por ellos; aunque ya han crecido, en mi corazón permanece grabada su imagen cual enorme guía de rosas.





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