Un niño es una bendición.
Cuando nace un niño, es como un rayo de luz que Dios envía a la tierra.
Dios lo prepara antes de enviarlo, con mucha ternura, para que cuando este
llegue a la tierra, como buen mensajero, muchas cosas podrá lograr y que con
estas puedan a Dios glorificar; como unir a la familia, el perdón se hace
presente, pero sobretodo despierta la alegría, el gozo, y el amor, porque en él
está Dios que se hace pequeño para alcanzarnos.
Ahora más que nunca recuerdo a mis niños, ellos siempre han ocupado mi
corazón, bueno en realidad no eran míos, sólo eran mis alumnos, y estoy consciente
que para ellos, sólo fui su maestra, ya que ellos a quien en verdad pertenecen
es a sus padres. Pienso que es necesario sentirlos nuestros, como maestras,
para educarlos bien, entregarnos a ellos sin condición, amarlos con todo el
corazón y nunca negarles nuestra atención. Pienso que en ningún momento hemos
querido, ni yo ni las maestras, arrancárselos a sus padres, más bien es
necesario sentirlos nuestros, para ganarnos su confianza, para que ellos se
dispongan a recibir todos los tesoros que llevamos en nuestro corazón, que se
traduce en ternura, amor, alegría, serenidad, y mucho más, de lo que a veces ni
nosotras mismas nos podemos imaginar.
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